Antonio E. Silveyra |
viernes, octubre 23, 2020 |
Habitualmente se dice que la fe mueve montañas y para los cristianos esto representa una certeza que, sin lugar a dudas, mantiene unidos a todos los fieles. También es cierto que las personas recurren a la oración de modo especial cuando se encuentran en situaciones de preocupación, angustia, temor, enfermedad, desánimo, dolor, tristeza... Y esta no fue la excepción.
Santiago “Chilo” Ferreyra nació el 23 de julio de 1921, en la zona rural de Federal. Hijo de madre uruguaya y padre federalense, y portador orgulloso de sangre federal, ya que su abuelo fue soldado en las filas del ejército del general Justo José de Urquiza. Formó una gran familia junto a Silveria, su compañera de toda la vida, con quien tuvo diez hijos.
Sus primeros años transcurrieron en el campo junto a sus padres y hermanos.
Ya en su juventud trabajó en Curuzú Cuatiá (Corrientes) durante ocho años como ayudante realizando el empedrado de las vías. Más tarde, ingresó al Ferrocarril en Federal, donde se desempeñó como tornero para la reparación y mantenimiento de las formaciones ferroviarias. Así lo hizo a lo largo de treinta y dos años, momento en el que pasó a obtener su jubilación. Quienes tuvieron la oportunidad de conocerlo afirman que hacía del torno un verdadero arte.
Fue hacia el año 1956, en un momento en que su esposa se encontraba gravemente enferma, y cuando los médicos le ofrecían pocas probabilidades de vida, que Santiago imploró a Dios y a la virgen la intercesión para salvarla.
Y así, en medio de oraciones y lágrimas, ofreció su promesa: si ella se curaba traería la imagen de la Virgen de Itatí hasta su pueblo.
Y su pedido fue escuchado.
Luego de una noche que le pareció eterna, el semblante de Silveria comenzó a cambiar poco a poco. Los dolores fueron desapareciendo lentamente y al llegar el alba se despertó con una sonrisa que a Santiago le volvió el alma al cuerpo. A pesar de que tendría que continuar con algunos cuidados, el panorama era completamente alentador y, en poco tiempo, todo esto que había vivido como una pesadilla quedaría en el recuerdo.
Unos meses más tarde, y ya con su compañera recuperada completamente, Chilo decidió que era momento de cumplir con lo que había prometido.
Y así lo hizo.
Su esposa le preparó algo para que pueda comer durante el viaje y delicadamente lo envolvió en papel de astrasa. Caminaron tomados de la mano las pocas cuadras que separaban la casa de la estación y lo despidió con sus ojos humedecidos.
Santiago contaba con pases libres disponibles para utilizar por ser trabajador del ferrocarril, pero de igual manera prefirió pagar su pasaje. Durante el trayecto, su mirada se perdía recorriendo naranjales al costado del camino, y al llegar a Curuzú Cuatiá para hacer el empalme, rememoró con tristeza los sucesos de aquel lugar que guardaba profundamente en su corazón, como una herida abierta que no lograba sanar.
Tomó fuerzas y continuó su peregrinar.
Después de varias horas el tren arribó a su destino y el promesero caminó hasta la Basílica para conseguir la figura de su devoción. Ya con el tesoro entre sus manos, se dispuso a emprender el regreso, contempló por última vez el paisaje itateño y lo conservó para siempre en su memoria.
Una vez en la estación se ubicó en la fila para subir al tren, y a su turno el guarda le solicitó el pasaje, pero le remarcó que con un objeto de esas dimensiones no podía viajar. Completamente sorprendido por la decisión, se hizo a un lado para dar paso al resto de los pasajeros, y resignado por tan arbitraria medida empezó a pensar cómo volver a su Federal natal.
Un hombre mayor que observó la situación desde su ventanilla se le acercó enseguida y se ofreció a llevar la imagen de la virgen en su camarote. Santiago le agradeció mucho el gesto y se la entregó sin vacilar. Gracias a este desconocido que lo ayudó pudo retornar a su pueblo y cumplir con la promesa que había hecho. Pero no se conformó solo con eso, sino que al año siguiente nació su sexta hija, a la que decidieron bautizar con el nombre de Itatí.
Esta imagen, traída a Federal por don Ferreyra, es la que actualmente se encuentra en la Capilla Nuestra Señora de Itatí que la tiene como Patrona. Cuenta la historia que en dos oportunidades en las que hubo fuertes tormentas en la zona, todo alrededor del recinto que cobijaba la advocación quedó destruido, pero la virgen permaneció intacta.
Una de estas ocasiones fue el recordado ciclón del 25 de septiembre de 1961.
El 9 de julio de 2008, al cumplirse las Bodas de Oro de la Capilla, miembros de la comisión y de la comunidad realizaron un homenaje a Santiago Ferreyra en agradecimiento por hacer presente la imagen en dicho lugar.
Como él vivió la mayor parte de su vida en nuestra localidad y aquí también formó su gran familia, nunca se quiso ir del lugar. No se imaginaba viviendo en otro sitio que no fuera este. Incluso, cuando partió hacia la eternidad en el año 2015, con 93 años de edad, quiso descansar para siempre junto a su compañera de camino en su querido Federal.
Indudablemente Santiago es recordado como un hombre de bien, de esos que denotan la bondad en su mirada, de esos que se ofrecen sin pedir nada a cambio. Una persona que logró sobreponerse a los embates de la vida.
Pese a su desaparición física aún hoy sus descendientes continúan con esta tradición familiar de encuentros, como si fuera un ritual incuestionable, manteniendo vivo el legado que don Chilo les dejó.
Algunos relatos narran que muchos años antes del nacimiento de Santiago, su madre vivió una situación semejante intentando traer una virgen de yeso desde Tacuarembó. Pero esa... esa es otra historia.
Autora: Cecilia Saraví Ferreyra
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